Un cálido día de primavera y tras una visita de rutina a mi doctora, me encontré con la necesidad de concurrir a un laboratorio para hacerme análisis de sangre, orina y heces. Hasta allí todo normal… si no viviera en Argentina.
Por costumbre, antes de ir a algún sitio de estos, suelo llamar para confirmar la dirección, horarios de atención y fundamentalmente para verificar que hagan estos estudios en ese lugar. Y eso fue lo que hice, llamé, les leí por teléfono las órdenes de los estudios y tras asegurarme la empleada que efectivamente podía ir con las muestras, me presenté al día siguiente con mi brazo para la sangre, el recipiente de orina y el de heces.
Grande fue mi sorpresa al llegar, cuando me informaron que podían hacerme el análisis de sangre y orina pero no el de heces porque, «por cuestiones relacionadas con la dificultad para importar insumos, no había disponibilidad de reactivos».
Obviamente dejé en el lugar esas dos muestras, debiéndome llevar a mi casa nuevamente el regalito que no me aceptaron.
Ya más calmo me puse a buscar por internet otro laboratorio que pudiera hacer dicho estudio. Lo encontré en otro barrio, distante a una hora de mi casa. Como es habitual en mi, llamé por teléfono a ese segundo laboratorio y la empleada que me atendió me confirmó los datos y me indicó que ellos tenían reactivos para el análisis pendiente pero también me informó que como mi muestra estuvo paseando por la ciudad ya no servía, debiendo yo conseguir un nuevo recipiente y presentarme al día siguiente con una muestra fresca.
A la mañana siguiente y con mejores ánimos que en el caso anterior, me dispuse a defecar, recolectar, envasar, rotular, embolsar y trasladar durante una hora, la muestra al nuevo laboratorio donde la joven que me atendió con una hermosa sonrisa, me hizo olvidar del episodio del día anterior. Me saludó muy atentamente, me selló la orden de mi doctora, me indicó que le completara mis datos al dorso, me agradeció atentamente, tomó la muestra, la llevó rápidamente al sector posterior donde funciona el laboratorio en cuestión para que comiencen con el análisis y al regresar me informó la fecha para la cual estarían los resultados.
Volvió a sonreírme, volvió a saludarme y mientras yo esperaba el ascensor para marcharme, alguien salió desde el interior del laboratorio con el brazo alzado al mejor estilo de un actor elevando un Premio Oscar al cielo. Me tomó del hombro, me llevó de regreso al interior del laboratorio y me dijo que me pedía mil disculpas pero que no podrían hacer mi análisis porque «por cuestiones relacionadas con la dificultad para importar insumos, no había disponibilidad de reactivos»… si, la misma experiencia vivida en el laboratorio anterior.
Dos días seguidos, dos laboratorios distintos, dos empleadas distintas, dos muestras de heces distintas pero la misma frase relacionada con los reactivos.
Al preguntarle qué debía hacer en ese caso en que me había cruzado la ciudad para llevarles la muestra de heces, su respuesta fue muy simple: “No podemos recibirla porque no tenemos reactivos, llévesela de vuelta”. Tras esa categórica respuesta y tal vez, no de la mejor manera le pregunté: “¿Y yo para que mierda la quiero?”
Ahí fue cuando aprendí que no se puede decir la palabra mierda dentro de un laboratorio de análisis clínicos porque te echan. Tal vez debí haber preguntado ¿Para qué “materia fecal” quiero llevarme de regreso a mi casa la muestra?
Al salir del laboratorio con el regalito en mi mano y mientras buscaba desanimado algún cesto para descartarla, vi que en la esquina había un grupo de jóvenes pidiendo colaboraciones, por más pequeñas que estas fueran, para poder construir un monumento en homenaje a un Presidente ya fallecido…
En ese mismo momento y cual jugador de dados dando vuelta el cubilete sobre la mesa, volteé el recipiente que contenía mi muestra de materia fecal sobre las planillas que tenían las firmas de los adherentes a tal interesante proyecto, mientras les espetaba a viva voz: “quieren una colaboración, ahí tienen mi aporte. Como él se cagó en las importaciones de insumos para laboratorios, hoy yo decido cagarme en él. Eso para que asuman que los pacientes tenemos el Derecho a la Salud, pero el izquierdo lo tenemos por el piso !!!»
Esa fue la segunda cosa que aprendí en aquella mañana, nunca vacíes un recipiente de materia fecal sobre las planillas de un grupo de jóvenes militantes que encuentres en una esquina.
Cuatro días después de aquella golpiza recibida y con la cara más deshinchada, me desperté en mi casa, llegando a la siguiente conclusión: